Hace un par de años, nadie sabía lo que significaba el termino wearable. Hoy se habla de ellos como una de las tendencias tecnológicas más importantes y encontramos wearables en todas partes.
De hecho, el año 2015 puede ser considerado el año de los wearables. Estos accesorios cada vez están ganando más popularidad hasta el punto que se estima que el mercado de la tecnología wearable se va a multiplicar por 10, alcanzando los 50 billones de dólares americanos en los años 2016-2018. Los wearables quizás más convencionales son los relojes inteligentes, encabezados con el reloj de Apple y Android Wear.
Los llamados fitness trackers – FitBit, JawBone Up, Microsoft Band– han mejorado sus sensores de actividad y ritmo cardiaco y al mismo tiempo bajado significativamente el precio, con lo que ya están al alcance del gran público. Hoy en día muchos de nosotros llevamos un fitness tracker a lo largo del día para entender mejor el nivel de actividad que tenemos y conocer nuestros hábitos un poco mejor, sobre todo con datos cuantitativos.
Hemos oído hablar de Google Glass, o las gafas inteligentes que tienen un monitor, cámara, y auriculares para poder aumentar la realidad que vemos con información relevante –por ejemplo, para poder movernos mejor en una ciudad usando GPS—o poder tomar vídeos y fotos en primera persona. Además de Google, Sony, Vuzix, u otras empresas tecnológicas ya tienen gafas inteligentes en el mercado. Aunque una de las barreras para su uso puede ser la falta de diseño, ya hay una versión de Google Glass diseñada por Diane Von Furstenberg o las gafas japonesas Jins Meme, que tienen una apariencia de gafas normales.
Aunque los wearables son útiles para todos nosotros, su valor es aún mayor en el contexto de la monitorización de personas con enfermedades crónicas -diabetes, problemas cardiovasculares- y personas mayores. Hace un par de días, “The Guardian” citaba al departamento de Salud del Reino Unido, que reconocía que el futuro de la medicina está ligado íntimamente a los wearables.
Asimismo, una de las tendencias más prometedoras es la de la joyería y la ropa inteligente que, casi 20 años después del primer Smart Clothes Fashion Show en MIT, se están convirtiendo en una realidad, y no solo en el contexto del deporte y el bienestar, sino también en el contexto de la alta costura. Ya se pueden ver proyectos de anillos y brazaletes inteligentes y conectados, como Ringly, Mota SmartRing, Cuff o la pulsera inteligente de Intel, MICA. En el contexto de la ropa inteligente, hoy en día ya hay camisetas y sujetadores con sensores para monitorizar señales fisiológicas como el ritmo cardiaco y respiratorio, fundamentalmente usadas para casos de uso relacionados con el deporte, la salud o el ejercicio. Entre ellos, HexoSkin, Sensoria o OMsignal.
Pero lo que es quizás más interesante y relevante es que firmas de moda como Victoria Secret o Ralph Lauren’s Polo han mostrado interés por la ropa inteligente y están experimentando con ella. Por ejemplo, tejidos que tienen fibra óptica entretejida, ropa que mide los niveles de humedad en el ambiente y puede detectar si va a llover antes de que llueva, o vestidos que tienen LEDs que cambian de color según el estado de animo de la persona.
Una tendencia relacionada que lleva más allá el concepto de ´llevar puesta la tecnología´ son los llamados lab on a chip, unos chips implantables en el cuerpo que pueden medir niveles bioquímicos de la sangre, lo cual es tremendamente útil para personas con enfermedades crónicas -diabetes- o para atletas.
Está claro que los wearables han llegado para quedarse. No solo para ayudarnos a entendernos mejor, monitorizar señales fisiológicas -sobre todo si tenemos una enfermedad crónica—y mejorar nuestro estilo de vida, sino también para hacerlo con estilo.
En mi grupo de investigación en Telefonica I+D estamos trabajando en cómo hacer que los móviles entiendan mejor a sus dueños no solo para que la interacción persona-máquina –o móvil en este caso- sea más natural, sino también para que el móvil llegue a ser nuestro fiel aliado que nos entienda y ayude a entendernos mejor. Con este fin, los wearables son una herramienta fundamental para ayudarnos a detectar el contexto de las personas.
A mediados de los noventa, cuando realizaba mi doctorado en el mítico Media Lab de MIT, organizamos el primer desfile de ropa inteligente del mundo en el año 1997. Colaboramos con algunas de las mejores escuelas de moda de distintos países, incluyendo Parsons de Nueva York y Domus Academy de Milán, para diseñar ropa con electrónica incorporada no solo con fines estéticos, sino también para ayudar a sus portadores. El diseño en el que participé fueron dos trajes -versión masculina y femenina- para sordomudos, de manera que la prenda, gracias a que llevaba una pequeña cámara, era capaz de reconocer los signos del lenguaje de mudos y convertirlos en frases habladas que se podían escuchar con altavoces que formaban parte del vestuario. Lo que hace 18 años parecía ciencia ficción es, cada vez más, una realidad.